jueves, 28 de marzo de 2013

Sinrazón


Hace unas semanas que me cuesta dormir, hay algo en mi cabeza que no deja lugar al descanso y hace que me despierte en mitad de la noche desorientado. He pensado sobre ello, no es insomnio, no es sonambulismo, no es ninguna enfermadad del sueño, ni nervios, ni factores sorpresa. Siento que, últimamente, los días pasan tan sumamente rápido que mi organismo apenas tiene lugar para entrar en fase REM. Me hace sentir cansado y desanimado, no deja de ser extraño la cantidad de advertencias producidas por mi subconsciente en los últimos días. No sé que quiere de mí.
Tuve un sueño hace poco que consiguió que me estremeciera, pues nunca antes hube soñado algo así; con tal realismo y perspectiva que al despertarme pude recordarlo todo con claridad.
Mi sueño transcurría durante un día de invierno, otoño quizás, era un día oscuro en el que pequeñas gotas de lluvia se dejaban descender de las nubes, casi invisibles. La llovizna caía sobre un enorme jardín, cubierto de húmedo césped, que limitaba con la autopista. No había allí nadie más que mi familia y yo. Mi padre y mi madre acudían a recoger las frutas que daban los árboles de aquel paisaje, los cuales limitaban con la carretera, mientras mi hermano y yo jugueteábamos en la explanada.
En un momento mi madre, encolerizada, se aproximó hacia mí, y me empujó. Nada dejó de extrañarme ni un momento, ella parecía enfadada, y continuó agrediéndome. Me gritaba, me maldecía, y mi hermano lloraba ante la escena. Mi padre hizo lo mismo que ella, y entonces me ví obligado a huir de ese lugar, oyendo gritos a mis espaldas. No conocía el motivo de dicha reacción pero eso no sería lo más extraño ni lo más cruel que viviría allí. Corrí, y corrí, y caminé y en un instante caí al suelo, la lluvia había empezado a caer con mas fuerza y mas frecuencia, y mis vaqueros estaban llenos de barro.
Encontré un lugar en el que resguardarme de la lluvia. Unos profundos y oscuros túneles, altos, con grafittis en sus pareces, inundados completamente por el agua, de tal forma que era imposible cruzar de un lado a otro sin empaparse por completo. El número de coches, que a lo lejos, circulaba por la autovía había aumentado, y parecían más veloces y más furiosos. Ya a salvo de la lluvia, a las orillas del conducto, me pregunté que sería de mí, si conseguiría seguir con vida alejado de mi familia, o si de verdad ellos merecían que yo volviese, cómo alguien sin recursos podría seguir adelante, sin nada ni nadie en este mundo. Sin querer evitarlo la tristeza me invadió.
Y me dí cuenta de algo. Alguien me estaba siguiendo, había estado conmigo desde que había salido del jardín, desde que había empezado a llover con fuerza, y no parecía tener la intención de dejar de hacerlo. Lo ví, era alguien robusto, grande, vestido enteramente de negro y encapuchado. No era nadie a quién conocía, pero sin saberlo, lo supe. Recuerdo que lo pensé: "es la muerte y me acompaña". Y tenía poca similitud con el prototipo de la muerte con túnica y guadaña, era diferente. Vestía ropa moderna, vaqueros y una sudadera. La sombra de la capucha era tan oscura que no permitía ver nada de su cara. La figura no dijo ni una palabra, sólo estuvo ahí. Yo no le presté demasiada atención.
Mientras me giraba ocurrió algo. Sin quererlo empecé a escupir barro, de mi boca salía un barro oscuro que manchaba el suelo. El barro no era líquido ni uniforme, no era como el barro que había ensuciado mis pantalones. Era espeso, pegajoso y horrible. Aquello me enloquecía, me hacía sentir vacío y me hacía sentir enfermo. Es cuando me encontré una hilera de personajes sentados en taburetes, que contemplaban la lluvia caer. Eran muchos, pero recuerdo que sólo posé mi atención en dos de ellos, los que se sentaban más cerca de mí. El primero era un esqueleto, una figura huesuda y desnuda, con una expresión en su faz del todo imperceptible. El personaje, con sus extremidades como hechas de carbón, sostenía un cartel que me mostraba con vehemencia, parecía tener un especial interés en transmitirme el mensaje, el cartel decía: "Reacciona". La segunda figura era la de una persona mayor, una anciana que yo jamás había visto, aunque ciertamente sus rasgos me parecieran familiares. La mujer era corpulenta, tenía el pelo corto y canoso, y llevaba un jersey naranja. Aquella persona se mostraba seria e inmóvil, sin amago de moverse un ápice. De repente, me miró y tras unos segundos de silencio dijo algo, me preguntó algo, una pregunta que sonó tan insólita como rebeladora:
 "¿Por qué lloran los ojos?"
Y lo escuché y lo pensé. No lo sé. "¿Por qué?" Todos los individuos que se localizaban debajo del puente comenzaron a corear a la vieja. Todos y cada uno pronunciaban la misma pregunta.
"¿Por qué lloran los ojos?"
Entonces empecé a escupir más barro, con más fuerza, con más abundancia. Me sentí mal, impotente, angustiado, asustado. El barro manchaba mi ropa y manchaba el suelo. Incluso me costaba encontrar mis propias manos, ni sentía mi cuerpo. No tenía lugar para pensar pues mi boca no dejaba de gargajear, no sabía que hacer y sólo esa pregunta retumbaba en mi cabeza.
"¿Por qué lloran los ojos?"
Lo peor de todo, es que yo lo sabía. Aún sabiendo lo que ellos querian oír y aún cuando mis lágrimas habían dejado de caer, continuaba sin articular palabra. Me daba miedo la respuesta, me daba miedo saber que pasaría después. No supe despertarme y gesticulé en voz muy alta la respuesta: 

"Por la razón" 

"Los ojos lloraban por la razón."

1 comentario:

  1. DIME DE QUE CARAJOS LE SIRVE A ALGUIEN QUE ESTA BUSCANDO UNA RAZON Y SENTIDO DE VIDA TU ESCRITO QUIZA PEQUE DE IGNORANTE O ME FALTE LEER FILOSOFIA PERO ESPERO QUE TU PROXIMO ESCRITO TRANSMITA ALGO MAS QUE SOLO LETRAS Y EL ESTUPIDO MENSAJE DE ALGUIEN QUE SEGURAMENTE TIENE MUCHA IMAGINACION. TE ACLARO TENGO 48 AÑOS Y MI VIDA ESTA EN RUINAS NO ACOSTUMBRO USAR LA MAQUINILLA ESTA Y NO TENGO CUENTAS EN INTERNET POR ESO ME PONGO COMO ANONIMO

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