viernes, 12 de julio de 2013

La última página de mi diario


Querido blog:

Llevamos casi 5 años juntos. Cinco años, aunque no pueda paracerlo es mucho tiempo, más aún cuando en el momento que empiezas a escribir apenas tienes 13 años. Cinco años dan para mucho, y tú lo sabes. Hemos vivido muchas cosas el uno con el otro, y has sido mi apoyo y mi guardián tanto en las buenas como en las malas, ayudándome siempre a madurar. Estoy muy orgulloso de haber llegado hasta aquí contigo. Y me da pena haberte tenido abandonado estos últimos meses, te ruego que aceptes mis más sinceras disculpas.
Últimamente he decidido guardar esa parte de mis pensamientos para mí mismo, aunque suene egoísta y no queriendo sonar desagradecido. He tomado la decisión de dejar de centrar la mayor parte de apoyo en ti y en mí y contar con otros pilares, a priori, más sólidos. Después de todo eso es lo que siempre hemos buscado ¿no?. Poder apoyarnos en alguien sin tener miedo a caer, con la confianza de que sabremos afrontar lo que venga en caso de caída. Ha sido duro llegar hasta aquí, tú lo sabes mejor que yo, pero este año lo hemos conseguido. Por primera vez, en estos veloces y disipadores 18 años de existencia, la felicidad ha llegado a ser una forma de vida y no un estado anímico. No podrías hacerte una idea del mundo que hay ahí fuera. No se trata de ese mundo que siempre habíamos creído, ese mundo que nos hacía ser malas personas. Un mundo dominado por la represión, un mundo podrido y que nos condena siempre al fracaso, lleno de egoísmo e hipocresía, no. Me he dado cuenta de que siempre estuvimos profundamente equivocados, era ese miedo a vivir el que nos había estado cegando durante todo este tiempo. Créeme que el mundo nunca ha sido tan oscuro como siempre lo hemos pintado. Este sitio no es lugar perfecto, pero precisa en su medida una dosis de entendimiento que le haga ser capaz de mostrar su verdadera belleza. ¡La belleza de este mundo! ¿No puedes entenderlo?. Creo que por fin entiendo al mundo. Por fin puedo levantarme y comprender por qué las personas actúan del modo que actúan, por qué ese miedo las mantiene ciegas y cual es la razón por la que cada uno ocupa su lugar correspondiente. Lo veo claro, nunca había estado tan seguro de algo.
Creo que esta enorme felicidad ha logrado abrirme los ojos. Es cierto que de los errores aprendemos, pero lo que podemos esperar de los aciertos no es menos.
Hace 5 años que escribí mi primera entrada en esta página. Puedo recordar que era una entrada que denunciaba cruelmente la hipocresía de las personas y elogiaba a aquella gente que, bienaventurada, conseguía penetrar en los corazones de los más desvalidos y faltos de apoyo. Aquel niño indefenso de 13 años, inexperto, inmaduro. golpeado por su infantil vida y sus falsos sentimientos amorosos, encerrado en sus deprimentes canciones, en realidad, nunca creyó en esa clase de personas. Nunca creyó que fuera capaz de encontrar un entorno en el que sentirse perfectamente feliz, aquello no era más que una ilusión que apenas sus dedos podían rozar. Sin apenas darse cuenta, aquel muchacho se ha convertido en otro no menos inmaduro que ha aprendido, con trabajo y esfuerzo, a amar su vida. Ha aprendido a ser uno más, a adaptarse a la multitud siendo, a la vez, diferente al resto. A dar un enfoque optimista a esta realidad que, con todos su defectos, nos ha sido dada.
A decir verdad, a pesar de todo el tiempo pasado, aquel chico sigue sintiendose un niño pequeño, tal vez con algo más de experiencia, que aspira a convertirse en un gran adulto. Yo confio en que lo consiga, pues este niño al fin, ha conseguido curarse.
Después de todo lo que hemos pasado, por fin, he llegado al final del túnel. Al final de mi trazada.
Claro que me apena dejar de desahogarme aquí pero creo que, por ahora, es lo mejor. Quiero darle otro enfoque a esto, ¿sabes?. Quiero hacer algo que siempre he querido hacer y que rara vez me he sentido capaz de probar. Quiero crear historias, contar relatos que yo pueda inventar y dejar a un lado las mustias entradas que sólo entendemos tú y yo, todo con tu ayuda claro, eres un gran público. Si quiero hacerme un hueco en este lugar que llamamos mundo tenemos que crear cosas, no podemos quedarnos quietos y hacer lo que todo el mundo piensa que vamos a hacer. Necesitamos volcarnos en algo que se nos dé francamente bien y explotar esa capacidad.
De esta forma, y con todos los aspectos de mi vida pretendería hacer lo mismo. Es posible que esto sea una declaración. Aquel muchacho quiere abandonar esta etapa de su vida. Ansía volver a encontrar esa moticación que le ha hecho sentir tan feliz alguna vez. Ansía madurar y romper barreras, accionar esa voluntad de poder. Es lo que dictamina su existencia

No me estoy despidiendo de ti en absoluto, es sólo que tantos recuerdos merecen estar mejor guardados en otro lugar. ¿Sabes? Creo fielmente que esta es la manera de conseguir la felicidad, ¿tú no lo crees?. Si ha funcionado una vez, ¿por qué no iba a volver a funcionar?. Descubrir "el porqué de mi existencia" sé que está próximo y cuando encuentre la respuesta te prometo que serás el primero en saberlo. Es la hora de dar una vuelta a la página. Tenemos mucho por ganar y casi nada que perder. 

No quiero ser nada más que lo que estado intentando ser últimamente.


jueves, 28 de marzo de 2013

Sinrazón


Hace unas semanas que me cuesta dormir, hay algo en mi cabeza que no deja lugar al descanso y hace que me despierte en mitad de la noche desorientado. He pensado sobre ello, no es insomnio, no es sonambulismo, no es ninguna enfermadad del sueño, ni nervios, ni factores sorpresa. Siento que, últimamente, los días pasan tan sumamente rápido que mi organismo apenas tiene lugar para entrar en fase REM. Me hace sentir cansado y desanimado, no deja de ser extraño la cantidad de advertencias producidas por mi subconsciente en los últimos días. No sé que quiere de mí.
Tuve un sueño hace poco que consiguió que me estremeciera, pues nunca antes hube soñado algo así; con tal realismo y perspectiva que al despertarme pude recordarlo todo con claridad.
Mi sueño transcurría durante un día de invierno, otoño quizás, era un día oscuro en el que pequeñas gotas de lluvia se dejaban descender de las nubes, casi invisibles. La llovizna caía sobre un enorme jardín, cubierto de húmedo césped, que limitaba con la autopista. No había allí nadie más que mi familia y yo. Mi padre y mi madre acudían a recoger las frutas que daban los árboles de aquel paisaje, los cuales limitaban con la carretera, mientras mi hermano y yo jugueteábamos en la explanada.
En un momento mi madre, encolerizada, se aproximó hacia mí, y me empujó. Nada dejó de extrañarme ni un momento, ella parecía enfadada, y continuó agrediéndome. Me gritaba, me maldecía, y mi hermano lloraba ante la escena. Mi padre hizo lo mismo que ella, y entonces me ví obligado a huir de ese lugar, oyendo gritos a mis espaldas. No conocía el motivo de dicha reacción pero eso no sería lo más extraño ni lo más cruel que viviría allí. Corrí, y corrí, y caminé y en un instante caí al suelo, la lluvia había empezado a caer con mas fuerza y mas frecuencia, y mis vaqueros estaban llenos de barro.
Encontré un lugar en el que resguardarme de la lluvia. Unos profundos y oscuros túneles, altos, con grafittis en sus pareces, inundados completamente por el agua, de tal forma que era imposible cruzar de un lado a otro sin empaparse por completo. El número de coches, que a lo lejos, circulaba por la autovía había aumentado, y parecían más veloces y más furiosos. Ya a salvo de la lluvia, a las orillas del conducto, me pregunté que sería de mí, si conseguiría seguir con vida alejado de mi familia, o si de verdad ellos merecían que yo volviese, cómo alguien sin recursos podría seguir adelante, sin nada ni nadie en este mundo. Sin querer evitarlo la tristeza me invadió.
Y me dí cuenta de algo. Alguien me estaba siguiendo, había estado conmigo desde que había salido del jardín, desde que había empezado a llover con fuerza, y no parecía tener la intención de dejar de hacerlo. Lo ví, era alguien robusto, grande, vestido enteramente de negro y encapuchado. No era nadie a quién conocía, pero sin saberlo, lo supe. Recuerdo que lo pensé: "es la muerte y me acompaña". Y tenía poca similitud con el prototipo de la muerte con túnica y guadaña, era diferente. Vestía ropa moderna, vaqueros y una sudadera. La sombra de la capucha era tan oscura que no permitía ver nada de su cara. La figura no dijo ni una palabra, sólo estuvo ahí. Yo no le presté demasiada atención.
Mientras me giraba ocurrió algo. Sin quererlo empecé a escupir barro, de mi boca salía un barro oscuro que manchaba el suelo. El barro no era líquido ni uniforme, no era como el barro que había ensuciado mis pantalones. Era espeso, pegajoso y horrible. Aquello me enloquecía, me hacía sentir vacío y me hacía sentir enfermo. Es cuando me encontré una hilera de personajes sentados en taburetes, que contemplaban la lluvia caer. Eran muchos, pero recuerdo que sólo posé mi atención en dos de ellos, los que se sentaban más cerca de mí. El primero era un esqueleto, una figura huesuda y desnuda, con una expresión en su faz del todo imperceptible. El personaje, con sus extremidades como hechas de carbón, sostenía un cartel que me mostraba con vehemencia, parecía tener un especial interés en transmitirme el mensaje, el cartel decía: "Reacciona". La segunda figura era la de una persona mayor, una anciana que yo jamás había visto, aunque ciertamente sus rasgos me parecieran familiares. La mujer era corpulenta, tenía el pelo corto y canoso, y llevaba un jersey naranja. Aquella persona se mostraba seria e inmóvil, sin amago de moverse un ápice. De repente, me miró y tras unos segundos de silencio dijo algo, me preguntó algo, una pregunta que sonó tan insólita como rebeladora:
 "¿Por qué lloran los ojos?"
Y lo escuché y lo pensé. No lo sé. "¿Por qué?" Todos los individuos que se localizaban debajo del puente comenzaron a corear a la vieja. Todos y cada uno pronunciaban la misma pregunta.
"¿Por qué lloran los ojos?"
Entonces empecé a escupir más barro, con más fuerza, con más abundancia. Me sentí mal, impotente, angustiado, asustado. El barro manchaba mi ropa y manchaba el suelo. Incluso me costaba encontrar mis propias manos, ni sentía mi cuerpo. No tenía lugar para pensar pues mi boca no dejaba de gargajear, no sabía que hacer y sólo esa pregunta retumbaba en mi cabeza.
"¿Por qué lloran los ojos?"
Lo peor de todo, es que yo lo sabía. Aún sabiendo lo que ellos querian oír y aún cuando mis lágrimas habían dejado de caer, continuaba sin articular palabra. Me daba miedo la respuesta, me daba miedo saber que pasaría después. No supe despertarme y gesticulé en voz muy alta la respuesta: 

"Por la razón" 

"Los ojos lloraban por la razón."

sábado, 16 de febrero de 2013

En mis restos

Devuélveme a quién yo solía ser.

¿No te pasa a ti también? Cuando algo no va bien siento un escalofrío. No es un escalofrío normal como el que produce tu cuerpo para mantenerse caliente, ni el que ocurre cuando un objeto desconocido roza tu espalda desnuda. Es como si perdieras presión en la cabina, como si te separan por una milésima de segundo del mundo real, como si alguien te susurrara que tuvieras un cuidado especial, que midieras tus palabras, tus actos, y que pasara lo que pasara, meditaras acerca de ello. Y últimamente esto me ocurre con frecuencia, puede acontecer mientras leo una carta, escucho una conversación o empiezo a reproducir una canción. Puedes llamarlo sexto sentido o sentido arácnido, pero el hecho es que, está ahí. Y me cuestiono si sólo me ocurre a mí o también es común a todos los demás. 
La necesidad de tenerme en sobre aviso se me hace, lo menos, extraña. ¿Sería posible que pudiera existir alguna fuerza o alguna especie de genio que quisiera simplemente protegerme? ¿Es eso lo que siento?. Nada más es necesario que mantenerme en una situación de tensión para comprobar que lo que digo no es ninguna estupidez. Mantener las cosas en silencio se me ha hecho duro en los últimos días, que me haya encontrado algo fuera de lugar tratando de mantenerme en mi línea. Pero algunos lo han notado, en especial, yo mismo, el cual quiere dejar libre ese silencio aunque sólo sea por unos minutos. Pero son esas sacudidas las que me lo impiden.
No es que deje de hacer cosas por las advertencias, sin embargo hace que todo se me haga muy relativo. Cada vez que lo siento, hace que gire la cabeza y mire a mi alrededor, como tratando de encontrar algo que le encuentre el sentido, y casi siempre creo encontrarlo; creo ver el problema ahí, mirándome fijamente, riéndose de mi situación, tan triste como paradójica. 
Tengo miedo de que los escalofríos puedan afectar a la forma de controlar mis sentimientos. Que me hagan sentir cosas que en realidad no siento, como sentirme desgraciado cuando en realidad soy inmensamente feliz. Que me hagan no sentir afecto por alguien cuando en realidad sí que lo siento. Pero, ¿por que necesito oponerme a esas advertencias?. Suponiendo que todo sea cierto, y que nada sea una invención mía, si ocurre debe ser por algún motivo lógico, pero ¿y si sin quererlo me estoy engañando, como tantas veces ha ocurrido? ¿Como vas a conocer la verdad si eres tú mismo el que te la oculta?. Después de masticar el problema durante los segundos suficientes creo que encontré que es lo que produce mi sensación. Fue justo después de darme cuenta que mi problema se extendía más allá de mis sueños, en los cuales lo vi con claridad, en mis restos, en lo que a día de hoy queda de mí, de lo que yo era. No estaba completamente loco.

Mi subconsciente sabe cosas que yo no sé, y yo sólo sé lo que sé.

Ese es el dilema: mi subconsciente hace que el amor se me haga tan relativo, hace que no sea capaz de tener fé en las personas de mi alrededor, que dude de mis actos y que me pregunte si ser yo es hacer lo correcto. Que, triste y apenadamente, me haga dudar si después de todo, te he encontrado o no. No quiero ser yo el único que entiende que estoy dudando de mí mismo. Alguien me avisa de que las cosas van mal, pero nunca sé cuando marchan perfectamente bien, y quizá sea porque nunca lo hacen.

Seguro que a ti también te pasa.