Quizá no exista, quizá ya me da igual. Un barco sin vela, un mar sin agua, orilla sin final. Comparten el símil de una vida, llena de recuerdos, algunos alcanzando a herir, muy profundamente, para asegurarse de que jamás sean olvidados. Memorias que desean en un futuro ser recordadas y tal vez escritas de la misma forma que una vez fueron grabadas en nuestras mentes, a fuego, como si de un importante libro se tratase. Porque es sólo cuando me paro a pensar cuando me doy cuenta de que todas estas cosas que hemos vivido siempre configurarán una parte de nuestra personalidad, y de nuestra propia existencia, condicionando, como siempre, la de los demás.
Siendo objetivo, éste viaje creo que lo recordaré toda mi vida, no por lo bueno o por lo malo que haya sido, quizá simplemente porque ha sido de esta forma. Y bueno, la gente viene y la gente se va, y las relaciones se mueren y las relaciones nacen, después de todo creo que eso es lo bonito de la vida, porque siempre encontraremos a personas con las que relacionarnos de una manera u otra, y que luego serán recordadas simplemente por la cicatriz que hayan dejado en nuestro interior. Y a medida que pasa el tiempo no hacemos más que hacernos preguntas sobre el porqué de las cosas, de los sentimientos, de los sacrificios, de las decisiones, preguntas a las que no encontramos ningún tipo de respuesta, pero que con el tiempo irán tomando forma de la manera que consigan satisfacernos y hacernos encontrarle un poco más de sentido a esto que llamamos vida.
Como la avaricia, la soberbia y los delirios de venganza que siempre intentan de que la vida más feliz se convierta en la más despreciable que hayamos conocido, pudriéndose en su interior, ardiendo con ira hasta el fin de su tiempo. Rompiendo los hábitos esta noche, sin encontrar un motivo por el que seguir adelante.
Corazones rotos, que el mar se llevará y quedarán sepultados en otro que sea más fuerte que ellos, para no volver a recibir ese dolor jamás, o esperanzas que se crean y que con suerte consiguen hacerse realidad en los profundos rincones de la propia naturaleza humana.
Y ninguna entrada le haría justicia a lo que realmente quiero decir, y mucho menos ésta, pero a pesar de todo esta experiencia ha servido para una vez más, darme cuenta de que el destino tiene un plan preparado para los que aún no han perdido la fé, para aquellos que aún piensan que pueden ser algo más que un rostro en la multitud, especiales para alguien, e importantes para sí mismos. Que consiguen mantenerse en pie y que nunca se echaron atrás.
Porque de todos los grandes viajes se escriben grandes historias, y éste fue un gran viaje.
Este creo que también se merece un comentario, porque lo escribiste justo después del crucero, así que me parece obvio que te refieres a él.
ResponderEliminarLa verdad, lo que para mí fue un viaje para despejarme y... bueno conocerla a ella para ti ha sido también una reflexión, bien tío jajaja
No creo en el destino, y en que nuestra vida esté escrita, pero sí llevas razón en que las cosas en esta vida pasan, nada es para siempre, pero hay que saber adaptarse y disfrutar de ello, porque algo que es para siempre, es mucho tiempo y agobia, me ha gustado mucho tío.