Las cosas no marchan bien, me empiezo a agobiar, me siento inútil y al parecer, el espíritu navideño aun no me ha llegado a pesar de que estemos a 24 de Diciembre. No creo la navidad sea una mala fiesta, es más, se supone que la navidad es un momento crucial para pasarlo con los amigos y la familia, una época llena de alegría y luz, para deleitarse con los polvorones y las lucecitas navideñas. Pero por cualquier razón los adornos, esta vez no me llenan lo suficiente como para compensar un año de sombra, la vejez se apodera de mi cuerpo aunque sea un poco joven para decirlo, y aun lo siento por mi escasa familia, por verme así. Quizás no fue lo suficientemente importante lo que me ocurrió comparado con lo vivido día a día, sólo tal vez mala suerte.
Nuestro mánager nos había organizado un concierto en el anfiteatro del centro, no era algo nuevo, ya habíamos tocado antes allí. Pero era el día de Nochebuena, un día especial, pero algo triste, te acuerdas de los que ya no están. Hacia frío, y no sé si por eso o por el sentimiento de mi cabeza, mi voz no dio todo lo que debía, a medida que avanzaba el concierto notaba que me quedaba sin fuelle. Fue una suerte contar con un fantástico corista. Nos quedaba poco para terminar, pero decidimos hacer una pausa, nos escondimos detrás de el escenario, el equipo parecía muy contento, orgullosos de lo bien que nos estaba yendo. Yo me senté en una rincón, en soledad y deslicé mi cabeza entre mis brazos, un rato... el móvil empezó a sonar, lo ignoré, el sonido de mi cabeza y de mi corazón era más potente. Cada vez apretaba los brazos con más ímpetu. Jota se acercó:
-Tío, te suena el móvil, y debemos volver al escenario.
Le ignoré, casi no le escuchaba, visualizaba un campo sin fin, tierras valdías, sentía que no estaba allí, ¿Por qué la navidad me trataba tan mal? ¿Acaso no me había portado bien este año?El móvil seguía sonando, Jota seguía insistiendo, oía como afinaban las guitarras, pero no, ese sonido no era suficiente, mi corazón latía más fuerte aún.
-¡Déjame en paz! Estoy... pensando.
No puedo creer aun como esas palabras salieron con tal violencia de mi boca, no lo entiendo, yo soy un chico bueno, o al menos eso creía, antes de perder la ilusión por Santa Claus. Antes siempre preparaba leche y galletas para esperarle, hasta que yo caía dormido, y cuando despertaba solo había un par de calcetines, que quieras que no, se agradecí a medida que pasaba el tiempo. Antes me encantaba la navidad, ahora sólo era una estúpida fiesta más. Danh, nuestro batería se me acercó:
-Vamos tío, la gente nos espera.
Estaba pensando en que nadie me había dicho feliz navidad, ni me había deseado próspero año nuevo desde que mis padres se separaron. Danh continuaba hablándome y yo me empezaba a agobiar cada vez más. Me levanté violentamente y le propiné un fuerte golpe en la cara, que le tiró al suelo, el líquido rojo brotó de su nariz, no pude contenerme, lo siento mucho por Danh, con la tristeza y la vergüenza en mi cara, corrí fuera de ese lugar, ¿cómo había sido capas de hacer eso?, no tengo ni idea, ni quiero saber que pasó con el concierto.
Corrí y corrí por las calles nevadas, jadeaba, me dolía el pecho. Al final aminoré el ritmo, estaba cansado, tenía frío, y la calle estaba vacía. Sólo se podía ver el destello de las ventanas, en las que las familias se reunían para comer pavo, gambas y turrón. Viéndome a mí, vestido de gris, como me gustaría estar ahí, con mi familia de nuevo. ¡Odio la navidad! Me tiré en un rincón de la calle, creo que allí se echaba ese viejo mendigo, me resultaba familiar. Mientras veía nevar saqué mi último cigarrillo y lo encendí, al ponermelo en la boca, pensé en mi pasado, que triste la navidad. No pude contener más lágrimas, planteaba irme a casa, pero allí, estaba agusto, como en mi hogar.
A mi derecha encontré un paquete con un par de calcetines. Se me iluminó el rostro y me pareció ver, a lo lejos, la figura de un gran hombre vestido de rojo.
Nuestro mánager nos había organizado un concierto en el anfiteatro del centro, no era algo nuevo, ya habíamos tocado antes allí. Pero era el día de Nochebuena, un día especial, pero algo triste, te acuerdas de los que ya no están. Hacia frío, y no sé si por eso o por el sentimiento de mi cabeza, mi voz no dio todo lo que debía, a medida que avanzaba el concierto notaba que me quedaba sin fuelle. Fue una suerte contar con un fantástico corista. Nos quedaba poco para terminar, pero decidimos hacer una pausa, nos escondimos detrás de el escenario, el equipo parecía muy contento, orgullosos de lo bien que nos estaba yendo. Yo me senté en una rincón, en soledad y deslicé mi cabeza entre mis brazos, un rato... el móvil empezó a sonar, lo ignoré, el sonido de mi cabeza y de mi corazón era más potente. Cada vez apretaba los brazos con más ímpetu. Jota se acercó:
-Tío, te suena el móvil, y debemos volver al escenario.
Le ignoré, casi no le escuchaba, visualizaba un campo sin fin, tierras valdías, sentía que no estaba allí, ¿Por qué la navidad me trataba tan mal? ¿Acaso no me había portado bien este año?El móvil seguía sonando, Jota seguía insistiendo, oía como afinaban las guitarras, pero no, ese sonido no era suficiente, mi corazón latía más fuerte aún.
-¡Déjame en paz! Estoy... pensando.
No puedo creer aun como esas palabras salieron con tal violencia de mi boca, no lo entiendo, yo soy un chico bueno, o al menos eso creía, antes de perder la ilusión por Santa Claus. Antes siempre preparaba leche y galletas para esperarle, hasta que yo caía dormido, y cuando despertaba solo había un par de calcetines, que quieras que no, se agradecí a medida que pasaba el tiempo. Antes me encantaba la navidad, ahora sólo era una estúpida fiesta más. Danh, nuestro batería se me acercó:
-Vamos tío, la gente nos espera.
Estaba pensando en que nadie me había dicho feliz navidad, ni me había deseado próspero año nuevo desde que mis padres se separaron. Danh continuaba hablándome y yo me empezaba a agobiar cada vez más. Me levanté violentamente y le propiné un fuerte golpe en la cara, que le tiró al suelo, el líquido rojo brotó de su nariz, no pude contenerme, lo siento mucho por Danh, con la tristeza y la vergüenza en mi cara, corrí fuera de ese lugar, ¿cómo había sido capas de hacer eso?, no tengo ni idea, ni quiero saber que pasó con el concierto.
Corrí y corrí por las calles nevadas, jadeaba, me dolía el pecho. Al final aminoré el ritmo, estaba cansado, tenía frío, y la calle estaba vacía. Sólo se podía ver el destello de las ventanas, en las que las familias se reunían para comer pavo, gambas y turrón. Viéndome a mí, vestido de gris, como me gustaría estar ahí, con mi familia de nuevo. ¡Odio la navidad! Me tiré en un rincón de la calle, creo que allí se echaba ese viejo mendigo, me resultaba familiar. Mientras veía nevar saqué mi último cigarrillo y lo encendí, al ponermelo en la boca, pensé en mi pasado, que triste la navidad. No pude contener más lágrimas, planteaba irme a casa, pero allí, estaba agusto, como en mi hogar.
A mi derecha encontré un paquete con un par de calcetines. Se me iluminó el rostro y me pareció ver, a lo lejos, la figura de un gran hombre vestido de rojo.
Sólo espero que este relato no haya sido tan aburrido como el discurso de navidad del rey y hayáis leido hasta el final. Supongo que no escribiré más entradas hasta el año que viene, me despido de vosotros son buen humor y deseándoos feliz navidad.
DARK REQUIEM